Pepe Habichuela con Amparo Bengala y Josemi Carmona. «Now or never» – José Manuel Gamboa. Libro
Pepe Habichuela con Amparo Bengala y Josemi Carmona. «Now or never» – José Manuel Gamboa. Libro
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Descripción
Descripción
Despegando. Ligeramente inclinado. El cigarrillo encendido tiene algo de motor de ignición. En la otra parte del cohete está Enrique Morente, tomando primer plano, pero detrás, la guitarra de Pepe Habichuela. Vamos, el propio Pepe Habichuela, una guitarra mayúscula. También es de 1977 el disco Homenaje a Don Antonio Chacón aparecían los dos nombres Enrique Morente y Pepe Habichuela en el mismo tamaño. En Despegando, el único disco de Morente con CBS, la idea no prosperó. José Luis de Carlos controlaba esas cosas. Pero volvamos a la foto de Mario Pacheco. Ahí, desde abajo, desde más abajo parece que arranca esa saeta menuda que es Pepe Habichuela. Somos muchos los que pensamos que estos dos discos de Habichuela y Morente, permítanme alterar el orden que no altera el producto, me refiero a Despegando y el Homenaje a Don Antonio Chacón, son claves, esenciales, piedra de toque para entender el flamenco. Para entender el flamenco general, también el flamenco de hoy.
Tuve la suerte de conocer a Pepe Habichuela a principios de los años 90, de la mano de José Manuel Gamboa, a quien conocí tiempo atrás en El Arahal. La suerte de escucharlo en el Candela y después, de acompañar aquellas juergas de aficionados que se llamaron El Mago. Gamboa, mi primo, siempre generoso, me presentaba en plan grandilocuente y el caso es que la pura admiración me hizo congeniar desde el principio con Pepe Habichuela. A ver, para mi era un privilegio. Esos años marcaron mi oído guitarrero, no puedo evitarlo, estaba Pepe Habichuela y estaba Gerardo Núñez y estaba Rafael Riqueni y esas improntas, esas cuerdas han tenido siempre predilección para mis oídos. Digamos que los huesecillos de mi aparato se hicieron a esas sonoridades. Cuando admiro las guitarras de Maurice Ohana o de Terry Riley tengo que agradecérselo al sonido de Pepe Habichuela, esas cuerdas, esos timbres, esas improntas que nadie se espera.
Por diversos motivos, en este libro se explican, me vi trabajando en un proyecto cinematográfico sobre Pepe Habichuela. Aquello no cuajó pero yo me lleve mucho. En las semanas preparatorias me encerré cinco días con Pepe y con su hijo Josemi Carmona y con José Manuel Gamboa, que es quién mejor me traduce en esto del flamenco. Hubo momentos memorables. recuerdo aquel en que la impronta de la malagueña o de la granaina estaba siendo repasada por los tres guitarristas, Pepe, Josemi y la zurda de José Manuel. En un momento, Pepe cogió la guitarra. «Mira no, Marote tocaba así, veréis; mi hermano Juan, mi maestro, tocaba de esta otra manera; y yo -y en ese momento miro a Josemi, miro a Gamboa, desorientado, ¿cómo toco yo que no me sale?». Pepe sabía sacarle a la guitarra sonidos inauditos, y así, en la pedagogía, explicarse era poco menos que desvelar un arcano, ¿cómo iba a saber eso el maestro?. En este libro se da cuenta de esa historia, de mil historias más.
Porque Gamboa, otra vez, ha acertado con esa concepción. Hacer hablar al flamenco, hacer hablar a los flamencos. ¡La afición lo agradece tanto! Los etnomusicólogos a la violeta, en fin, lo quieren todo mascado. Pero en tiempos de episteme, de valoración del punto de vista, de la concepción del mundo, de la ponderación de la vida y de las cosas de la vida, acaso no es impagable tener una voz que sea capaz de transmitirnos no sólo lo que hablan, si no, lo que es más importante, cómo hablan los flamencos.
¿Cómo habla Pepe Habichuela? El flamenco es un arte adverbial, performativo, transitivo e importan mucho más los gestos, el tacto, los olores, el sabor de cada escena que la información contante y sonante. Pero vaya, que eso, los datos, también están. ¡Menuda es la Enciclopedia José Manuel Gamboa! no se escapa un número de sus balances, no se escapa una coma de sus concreciones históricas. Pero sí, les digo, lo que resulta un logro inaudito es escuchar aquí a Pepe Habichuela, con sus dejes gra- naínos, con sus diez vocales y sus consonantes aspiradas. Y bueno, ya estaba tardando en decirlo, la corroboración y la discrepancia de cada momento vivido de la mano de Amparo Bengala. ¡Qué voz la de Amparo Bengala!
A ella la conocí poco a poco pero, en realidad, fue mucho más tarde, cuando en 2018 empecé con Gonzalo García Pelayo el rodaje de Nueve Sevillas, donde la trianera Amparo, era guía y compañera de Vanesa Montoya, de Pastora Filigrana -y resultó que las dos eran sobrinas suyas- y de Rocío Montero, gitana gallego-portuguesa de El Vacíe, el asentamiento de chabolas de Sevilla, con la que fue cómplice impagable, capaz de naturalizar una conversación que por muchos motivos debía ser sensible y discreta. Amparo daba esa naturalidad a las palabras, a los gestos y, a la par, estaba actuando, toda ella era actriz. Yo, cuando leo estas páginas me la figuro así, andando al lado de Pepe y manteniendo punto y contrapunto en la conversación.
¡Formidable Amparo! Recuerdo en aquel proyecto cinematográfico, Seis cuerdas se llamaba, en el fragmento que debía dirigir García Pelayo, un plano secuencia de 15 minutos en una fiesta, una fiesta que también era fiesta flamenca, pero que empezaba y acababa en el rostro exuberante de Amparo Bengala. «¡Yo tuve que aguantar la soltería de Enrique Morente!», ese era su primer suspiro y desde ahí la cámara recorría toda la fiesta con las familias Habichuela y Morente al pleno, con miles de inter- venciones y guiños de toda condición que se cerraban, 360 grados después, de nuevo en el rostro, ahora solitario de Amparo, en el jardín, teniendo de fondo la noche y el ruido de insectos de una noche de verano en la sierra. «¡Ay!, ¡Mi Pepe!», así acababa, y ahí se entendía todo, con las cigarras chinchando al fondo, con las estrellas tintineantes queriéndole dar la razón.
También la recuerdo en Roma. Si alguna vez tuvo sentido aquella analogía romana de Federico García Lorca entre la nobleza romana y la aristocracia gitana, esa comparación hubiera tenido de protagonista a Amparo Bengala. Matrona romana, matrona romaní, matrona gitana donde las haya. Asomada al balcón de su suite romana, frente al Tempietto de Bramante, en San Pedro in Montorio, en la Academia de España en Roma, se la veía exultante saludando a Roma cada mañana. Pepe Habichuela había acudido allí a participar en otro film mío, el que finalmente se llamaría de caballos y guitarras pero que, entonces, no sabía ni el espesor que finalmente iba a tomar la película. La cosa ya era ardua, Pepe tenía que hacer un concierto para caballos, el público estaría allí, pero entre Pepe y los caballos sólo estaría el so- nido de su guitarra. Pepe tocó una variante de Amanecer, su seguiriya emblemática y tuvo la delicadeza de dedicársela a mi hijo, «Pedro G. Junior», que ahora se llama Manuel y tiene seis años. Están esas palabras suyas y después, 7 minutos de intensidad guitarrera y finalmente, rematando, un ¡olé! de Amparo que llenó toda la plaza y que daba aquel concierto por terminado. ¿Cómo llenar el espacio que consagró el triunfo de la perspectiva como régimen visual en occidente con un «¡olé!» tan rotundo?. Aquello era una revocación y una autorización, las dos cosas a la vez. Y eso sólo se consigue con eso que llaman poderío, que no es un poder, sino una potencia ejerciendo, como la que es capaz de mantener cada día esta mujer. Vean si no, cada página de este libro. Las intervenciones de Ámparo no son sumarias. Después de entender a Pepe, hay que escuchar a Ámparo para acabar de entender una situación, una vida.
Pero sí, volvamos a Pepe. Victor Erice -otro de los directores de Seis cuerdas; Jim Jarmush, Aki Kaurismäki, Tony Gatlif, Dominique Abel y el mencionado Gonzalo García Pelayo eran los restantes- estaba desarrollando unas viñetas elegiacas, pura epifanía, recordando los años que había vivido en Granada, para evocar lo que podría haber sido la infancia de Pepe Habichuela. Allí debía contenerse todo. Granada, muchos lo saben, es una ciudad que comunica en un minuto el centro ciudad con el campo abierto. Para los gitanos del Sacromonte no hay esa frontera entre el campo y la ciudad. Había escenas bucólicas de los niños jugando en los neveros que bajan de la sierra, tiritando de frío en chapuzones refrescantes de finales de abril, de principios de mayo. Las imágenes eran portentosas pero Erice subrayaba la importancia del sonido, todo lo que debía oírse allí: la brisa entre los cañaverales, las pisadas sobre la maleza, los guijarros que caían sierra abajo, el canto de los pájaros, el crujir de la mimbre y el cáñamo, las cortezas separándose del tronco de los árboles, la respiración de burros y mulos, comiendo hierbas, la rugosidad de una lata arañada por un palustre seco, la tensión de la goma que servía como arma de defensa, la risa de los niños y niñas, lejana, perdida entre las ráfagas de aire. Todo eso, sí, efectivamente, está en la guitarra de Pepe Habichuela. Este libro también tiene momentos de calma. Saboreenlos. Atiendan a la guitarra de Pepe. Acudan al capítulo titulado Suena Pepe Habichuela. Rasgos de su toque y estilo musical. De verdad. El saber no ocupa lugar. No es verdad que el flamenco sea una apología de la ignorancia. Cuando esta existe, la ignorancia digo, es socrática, es de la buena, de la que llamamos en plural y en minúsculas, frente a los Doctores de la Academía, saberes flamencos.
De aquellas Seis cuerdas que estábamos pergeñando, me acuerdo también, especialmente, el esbozo de guión de Aki Kaurismäki. Estaba basado en un episodio real, en Granada, y Pepe era su protagonista involuntario. Matias, guitarrista flamenco compatriota de Aki y su traductor eventual lleva al director finlandés por distintas tabernas de Granada en las que siempre, de un momento a otro, Pepe debía aparecer. Cuando entran en cada establecimiento, le dan una cinta al barman para que la ponga y se pasan la espera y los tragos escuchando al maestro Habichuela. Así, sietes establecimientos diferentes, 12 horas, hasta las 8 y media de la mañana en las que deciden irse a dormir al hotel, completamente borrachos y suspender la rueda de prensa y presentación del filme de Kaurismaki antes los medios, en la sede de la Diputación de Granada que había contratado el evento. La cosa tiene su magia y pasó tal cual. Ahora, será más difícil encontrar tantos bares que cubran la madrugada pero aquel día los había. Kaurismaki, un aficionado loco al tango finlandés, se tiró toda la noche preguntando porqué a esto se le llamaba también tango, tango flamenco, tangos de Graná. La presencia de Pepe, eso era lo importante en esos 11 minutos de película. Sin estar, Pepe debía estar ahí. Conseguir esa presencia. No espectro, un Pepe que, escuchándole, se podría ver y tocar. Pues bien, hagan la prueba con este libro.
Georges Didi-Huberman me contó que hace unos años, paseando con un amigo por el campo en Granada, vieron a un gitano andando delante, 500 metros lo alejaban por lo menos. El amigo le advirtió, «ese que va por ahí es un guitarrista flamenco»; «reconoces sus andares -le dijo Didi-»; «no, es por los andares, por la manera en que le cuelgan los brazos y la armonía extraña con que los mece». Picados por la curiosidad aceleraron el paso hasta adelantar al paseante, que, efectivamente, no era otro que Pepe Habichuela.
El andar de Pepe Habichuela es filosófico. Pero, ¿qué significa esto? Está ese film sobre El Cabrero en el que su andar de pastor se entrecorta con el perfil del arrabal de la ciudad moderna que, poco a poco invade su paisaje. Está el paso pastueño de Manuel Agujetas que en la película de Dominique Abel va levantando el polvo y que sólo por la proximidad de la cámara se nos permite identificar su figura. Todos tienen aire de western, de western crepuscular. Está Caracafé, andando por las llanuras inmensas y por las arquitecturas solitarias de Kazajistán, cimbreando el cuerpo espigado, cor- tando el viento por ráfagas quebradas. Cada uno de estos paseos tiene un significado arcano, pero, ¿Cómo anda Pepe Habichuela? No tienen que molestarle. Cuando hayan leído estos escritos que siguen, sabrán quién es Pepe por los andares, Habichuela por la manera en que pisa la tierra. No tiene pérdida. Ese es Pepe Habichuela.
Hace dos años, con Alejandra Riera, andábamos por los alrededores del Sacromonte muy de mañana. Alejandra, artista argentina que vive en París, estaba entusiasmada con el lugar. Un hombre mayor, un gitano sin edad, venía con una mula cargada de cisco y se paró delante nuestra buscando la conversación. Pero no hablaba. Alejandra le preguntaba cosas, sobre aquellas plantas y aquellas sierras. No salía de algunos asentamientos, algunas cabezadas, algunos monosílabos. «Usted es de aquí, -le espeté yo, muy seguro de mi-, ¿verdad?, yo es que soy amigo de Pepe Habichuela», «Claro, Pepe El Habichuela, es familia mía». Y a partir de ahí, ese hombre no paró de hablar, de esto y de lo de más allá. Créanme, así es este libro.
Pedro G. Romero
José Manuel Gamboa Rodríguez. Nacido en Madrid (1959) y recriado en Arahal, Sevilla. En el último cuarto de siglo, uno de los principales animadores del mundo flamenco. Psicólogo de carrera, tras ejercer como guitarrista se dedicó a la divulgación del género en radio (Onda Madrid, Cadena Ser, Onda Cero), televisión (TVE) y prensa, colaborando en las principales tribunas (Diario 16, La Razón, El País, Rolling Stone…). Fue guionista y codirector del largometraje documental “La luz del flamenco” (Canal Arte/TVE), presentado por Paco Rabal, habiendo intervenido en numerosos audiovisuales sobre el flamenco, varios con su firma. Como productor musical es responsable de la esencial discografía de Carmen Linares y demás trabajos para Enrique Morente, Gerardo Núñez, Rafael Riqueni, Pitingo, etc., avalados por las empresas punteras del sector (Universal, EMI, BMG/Ariola, Sony, Warner…), así como de las integrales de Camarón de la Isla y Paco de Lucía -en colaboración con Faustino Nuñez. Directamente como guitarrista/músico aparece en varios discos, entre los que destaca, “Manu Chao. La radiolina” (Because, 2007). Con más de una treintena larga de libros publicados y cientos de trabajos discográficos, es una de las referencias ineludibles en la investigación contemporánea.
En 2007 el Festival del Cante de la Minas (La Unión) le concede su principal distinción, el Castillete de Oro, reconociéndole su “autoridad intelectual en el flamenco”, que viene a sumarse a demás galardones que avalan su trayectoria dentro del género: Premio Nacional de Flamencología de la Cátedra de Jerez (2001); Premio Flamenco Hoy a la mejor Tarea de Difusión (2000); Premio Los Mejores del 2003, encuesta de DeFlamenco.com (2004); Premio Internacional de Investigación del Festival del Cante de las Minas (2005); Galardón Verde que te quiero verde, del festival Al Gurugú (Arahal, 2009); Premio Enrique Maya del Pueblo Gitano (2012); Premio de la Crítica Flamenco Hoy al Mejor Libro (2013); Dedicatoria del V Premio Internacional de Investigación del Flamenco Ciudad de Jerez (2021)… Ejerce en SGAE el cargo de Analista Técnico Musical en la especialidad de flamenco. Dedicadas a Gamboa se han convocado las ediciones 2021/22 del Premio Internacional de Investigación del Flamenco, Ciudad de Jerez